El pipeño, vino guardado en pipas
Testimonio de Manuel Humberto Moraga Gutiérrez
El nombre pipeño encuentra su origen en los años de la Conquista.
Traído por los jesuitas, surgió durante los primeros tiempos en que los
españoles se asentaron en Chile.
A Yumbel, fundado en 1585, arribaron muchos españoles en busca de
oro, pues sus tierras eran muy fértiles y llenas de oportunidades. Con
ellos llegó el primer Gutiérrez, que interactuó con los locales y fue un
personaje destacado en la zona, lo que le valió el apodo de “Cacique
Maravilla”. Francisco Gutiérrez Gutiérrez, proveniente de Canarias, se
asentó en el secano de Santa Lucía de Yumbel alrededor de 1760. Gran
buscador de oro, tuvo mucho éxito y en una de las refundaciones de
Yumbel estableció una viña con cepas traídas desde Europa, tales como
moscatel de Alejandría, listán prieto (hoy país), cot de Burdeos (malbec)
y corinto.
Más tarde, esta plantación de vides se inscribió en Chile, y fue la viña
N° 33 registrada. Las parras de cepa país de la Viña 33 de Yumbel
superan los 250 años de vida, con lo que se constituye en uno de los
viñedos más antiguos de Chile. Estas vides sobreviven sin irrigación
humana y solo son azufradas para evitar el oídio en las temporadas de
mucha humedad.
La familia Gutiérrez ha mantenido durante casi tres siglos su cultura
rústica en la elaboración del vino de cepa país, la cepa más antigua
en Chile y que aún se encuentra intacta, sin la intervención de
agroquímicos contaminantes, sin riego y con levaduras naturales de las
uvas.
El vino pipeño, hecho con varias cepas, es entonces más que una
cepa una forma de hacer vino. Hoy se hace tal como en esa época,
vía maceración, fermentado a lagar abierto, con levaduras salvajes y
después decantado. Eso es vino pipeño.
El último terremoto de febrero de 2010 terminó de destruir las bodegas
de adobe, tan viejas como las viñas, además de las pipas, las máquinas
de refregar, de mostear y las cubas de guarda. Toda la región usaba esas
instalaciones, contaminadas por tantos años de uso y de tradiciones, en
general con pocas o ninguna técnica de higiene en la vinificación.
Así como lo destruido dejó de usarse, también hubo gente que, como
yo, mejor instruida en la vinificación y cuidando los procesos pero conservando la forma tradicional de hacer vino, comenzó a usar
materiales más modernos, lo que mejoró el vino, y vaya que lo hizo. Eso
atrajo a connotados críticos del vino chileno y a público que recuperó
esta tradición (antiguamente era lo único que se bebía en Chile). Luego
la industria puso cajas (cartoner), procesos de conservación y también
falsificadores de vinos, con lo que el pipeño prácticamente desapareció.
Nadie hizo vino, ya que era anticomercial. La uva se vendió a las
grandes industrias, que abastecieron y cambiaron los sabores de la
tierra y las tradiciones casi murieron.
Hoy la forma sigue y seguirá siendo la misma, la tradición y los
ancestros están cada día en la viña y en el campo; son sabores únicos y
los conservaré como tales. Esa es mi misión, como la cepa “misión”.
El pipeño, que es corazón y pasión en cada rincón del sur chileno, del Itata
y el Biobío, aún conserva secretos y terroirs únicos en Chile y para Chile.
* Patrimonio Vitivinícola, Aproximaciones a la Cultura del vino en Chile. Ediciones Biblioteca Nacional, 2015. Pág. 45
lunes, 5 de septiembre de 2016
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